¿Los sentimientos tienen límites? ¿Se agotan? ¿
Vuelan? ¿Los venden por las calles de
París?
Es un
misterio en el que me gusta indagar. Al fin y al cabo los empleamos cada día mediante impulsos, miradas, besos, enfrentamientos, palabras, sonrisas, etc. Pero.. ¿los empleamos sin más? ¿Bajo control propio? En mi caso yo me dejo llevar. Si reboso de
felicidad porque sé que voy a ir a un concierto muy deseado, no veo necesidad de limitar mi alto grado de euforia, a la altura del casi más alto rascacielos de
Nueva York. Esos pequeños y a la vez grandes placeres son los que realmente hacen que mi felicidad roce el cielo.
En definitiva madurar no es volverse
SERIO, ni por asomo.
No es sentarse bajo un almendro, acompañada por la sombra que causa su extenso follaje y una cesta de mimbre entre los pies... en la cual se esconden los sentimientos y las emociones entre cerezas y un par de albaricoques. Entre mis dedos se encuentra una lija alargada bañada en un degradado de tonos rosas, y es hora de proceder a lijar todos esos sentimientos y emociones. No creo que eso sea madurar, más bien lo considero volverse más
seco que la mojama. ¿De qué nos sirve el polvo que se origina al lijarlos? El viento lo elevará, se lo llevará lejos, lo mezclará entre hojas secas de liquidambar, solo eso. En cambio si te dejas llevar por los
sentidos, tendrás la misma sensación que esas hojas volando al azar del viento
, pero solo con cerrar los ojos. Es muy gratificante, tanto que creo que es necesario para vivir con salud.
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